miércoles, 5 de agosto de 2015

Ser guías y transmitir valores en la familia

Muchos de los problemas que actualmente padecemos, no existirían en tal magnitud si quienes disfrutamos la dicha de tener una familia, cumpliéramos con nuestras responsabilidad de ser guías y transmitir valores relacionados con el respeto a los demás.

Quienes han tenido la bendición de casarse, crear una familia, alimentar, educar y guiar a los hijos, saben la gran responsabilidad que esto significa y el cambio radical que han tenido en sus vidas al aceptar este compromiso.

Hay varias formas como podemos clasificar a una familia, dependiendo de las características de quienes la integran, y la manera de interrelacionarse. Te pido que analices cada uno de los siguientes tipos de familia para poder llegar a una conclusión sobre el tipo al que pertenece la tuya.


Familia rígida : Existe en estas familias una gran dificultad en aceptar los cambios lógicos y normales de los hijos. Los padres brindan un trato de adulto a los niños o quieren controlar a los adultos como si fueran niños. No admiten el crecimiento de sus hijos, que se sienten sometidos por la rigidez del trato paternal, debido a una actitud permanentemente autoritaria. Obviamente, esos padres no aceptan las ideas de sus hijos para su discusión. Las decisiones se imponen a través de un régimen autoritario.
Familia sobreprotectora: Existe en este tipo de familia una preocupación constante por sobreproteger a los hijos. Como sus padres no les permiten su desarrollo y autonomía, resulta que esos muchachos no tienen iniciativa, no saben ganarse la vida, ni defenderse ante los problemas. Tienen excusas para todo y no intentan hacer nada provechoso. Ese tipo de padres retardan la madurez de sus hijos y al mismo tiempo, hacen que éstos dependan siempre de sus decisiones y no tengan oportunidad de ejercer las propias. Al paso del tiempo, siendo ya adultos, se enfrentan a los problemas cotidianos y no saben o no pueden dar respuestas efectivas. Sus matrimonios pueden ser complicados, ya que estaban acostumbrados a que se les solucionara todo.
La familia centrada en los hijos: Hay ocasiones en que los padres no saben enfrentar sus propios conflictos, los evaden, y para eso centran su atención en los hijos. Así, en vez de tratar temas de la pareja, asuntos que a ellos dos corresponde tratar y arreglar, o simplemente temas de conversación de adultos, acarrean siempre a la plática temas acerca de los hijos, como si no hubiera otros. No hablan de otra cosa entre sí y hasta con sus amistades o familiares. Este tipo de padres, buscan la compañía de los hijos y disfrutan hablando de ellos para su satisfacción. En pocas palabras, parece que “viven para y por sus hijos”.
La familia permisiva: En este tipo de familia, los padres son incapaces de imponer la disciplina entre los miembros que la integran. Con la excusa de no querer ser autoritarios y tratar de razonarlo todo, dejan que la libertad se vuelva libertinaje. Les permiten a los hijos hacer todo lo que les dé su gana, aunque luego toda la familia tenga que lamentar las consecuencias de su falta de autoridad. En este tipo de hogares, los padres no funcionan como tal y observamos que los hijos mandan más que ellos. En caso extremo, esos padres pierden el control por temor a que sus hijos se enojen y terminen como en la fábula: los patos tirándoles a las escopetas.
La familia inestable: La familia no alcanza a sentirse y mantenerse unida. Los padres están confusos acerca del mundo que quieren mostrar a sus hijos, porque padres e hijos carecen de metas comunes. Les es difícil mantenerse unidos, resultando que, por esa inestabilidad, los hijos crecen inseguros, desconfiados y temerosos, con gran dificultad para dar y recibir afecto. Se hacen adultos pasivos-dependientes, incapaces de expresar sus necesidades y, por lo tanto, viven frustrados, con sentimientos de culpa y rencor por esa lucha interior que no son capaces de exteriorizar. La falta de madurez de los padres, sus temores ante lo que les ocurre o creen que les puede ocurrir, se convierten en un terrible legado para los hijos. Una herencia que desafortunadamente siempre cobra una factura entre quienes integran la familia.
La familia estable: La familia se muestra unida. Los padres tienen claridad acerca de su responsabilidad como tales y saben qué mundo quieren dar y mostrar a sus hijos. Tienen muy definido el puerto hacia dónde guiar a su familia. Identifican cuáles son los valores y los principios que consideran básicos para lograr sus metas y anhelos. Les resulta fácil mantenerse unidos, por lo tanto los hijos crecen estables, seguros, confiados, saben cuáles son sus metas, les resulta fácil dar y recibir afecto y cuando son adultos se muestran activos, autónomos, capaces de expresar sus necesidades, se sienten felices y con alto grado de madurez e independencia.
El valor que tiene el afán por fomentar la unión familiar es incalculable. Los esfuerzos que los padres hagan para mantener unidos a sus hijos entre ellos y al núcleo familiar, aún y que hayan formado sus propias familias, serán motivo de eterna gratitud por parte de ellos al paso del tiempo. Qué triste es ver, que cuando muere uno de los pilares principales de la familia, o ambos, los hijos se separen, que dejen de frecuentarse, que el trato fraternal se enfríe y que solamente, y casi por compromiso, las fechas especiales sean el pretexto para la unión de quienes son de una misma sangre.

Hoy deseo que valores ese gran tesoro que tienes por haber formado una familia y hagas todos los esfuerzos necesarios por mantenerla unida. Si hay algún sentimiento, tal vez un rencor, una aspereza, un mal entendido entre alguno, trata de que impere la tolerancia y el perdón, de que se imponga el amor. Establece el compromiso de mantenerse unidos, de vivir más tiempo el trato familiar. Que no olvide nadie que con el paso del tiempo, siempre podrán contar con los que integran su familia.

¡Ánimo!

No hay comentarios:

Publicar un comentario